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#11 | Maigua Ojeda: Grand Slam Plus 4 Deserts Namibia, donde empezó todo
No sé si alguna vez has sentido que una decisión te cambia la vida, incluso antes de tomarla. Cuando me propuse afrontar el Grand Slam Plus 4 Deserts, sabía que me metía en un viaje que me iba a llevar más allá de mis límites físicos, sí. Pero también más allá de lo que imaginaba emocionalmente. Cuatro carreras, cuatro desiertos, 1.250 km de autosuficiencia. El Grand Slam es de esas cosas que no se explican. Se viven. Y solo viviéndolas en tu piel puedes alcanzar a entender una décima parte de toda la aventura, porque sinceramente, ni siquiera estando en ella, entiendes muchas de las cosas que suceden. Estas series mundiales (que llevan veintiún años organizándose) empezaron en África, concretamente en Namibia. 250 km por uno de los desiertos más antiguos del planeta. Terreno hostil, temperatura extrema, mucha soledad y una belleza… que no se puede referir.
Aquí va mi resumen de esa primera prueba. Lo escribo desde la verdad, desde el cuerpo cansado, desde la espalda herida pero el alma llena.
NAMIB RACE: 250 KM POR EL DESIERTO MÁS ANTIGUO DEL MUNDO
• Namib, Naukluft National Park
• Media de 46ºC. Temperatura máxima: 54ºC
• Seis etapas: cuatro de aproximadamente 40 km, etapa larga de 80+ km y la última etapa
Etapa 1
Todo es nuevo. El peso de la mochila. El silencio. El olor seco del desierto. La primera noche en mi tienda de campaña. La incomodidad. El despertar con los primeros rayos rojizos sobre el horizonte infinito. Desayuno frío. Salimos al alba. Trato de concentrarme pero frente a mí está el arco de salida en que puedo leer “Namib Race”, y entonces siento una mezcla agridulce entre emoción y nervios. Un nudo en la garganta me hace sonreír. Una lágrima se resbala por mi mejilla mientras le digo a mi compañero señalando el arco: “Es que es mi sueño”. Llevo la mano al top JUNO que abraza y protege mi pecho. Va a ser imprescindible durante las próximas 6 horas corriendo bajo el sol africano.
Las piernas responden y corren liberadas y fuertes acompañadas por mi short favorito: es perfecto. Es como si fuesen una segunda piel. La etapa pasa volando. El cuerpo todavía está fresco. Pero el calor pega duro. El viento corta como papel de lija. Y la arena se te cuela en todas partes. “¡He entrado tercera! ¡Wow! Me siento entera y estoy lista para la próxima etapa.”: me digo a mí misma mientras sonrío mirando el techo de mi tienda de campaña.
Etapa 2
“Hoy hemos corrido otros 40,8 km desde el río Kuiseb hasta las crestas de las dunas…” (Sí, por la noche arranqué a escribir en mis notas como siempre). Fue un día duro. Las piernas no respondieron. Estaba hinchada, lenta, torpe. Se me cayó el saco de dormir de la mochila mal cerrada. Lo perdí entre las dunas. Retrocedí. Perdí minutos y ritmo. Pero también fue un día hermoso. De esos en los que aprendes que el desierto no es tu enemigo: es tu espejo.
Después de tantos kilómetros donde el viento soplaba trayendo arena revisaba las heridas de mi cuerpo. Mis piernas estaban perfectas. En un día de viento como ese, la malla ARES mini había sido un acierto. Aguantó como una campeona la fricción y el sudor salado. Los calcetines SYNERA —aunque tapados por las polainas— fueron clave también. Ya llevaba 80km de arena en esas dunas gigantes y era de las pocas personas en el campamento que no tenían una sola ampolla en los dedos, era prácticamente un milagro.
Etapa 3: Etapa de Transición
El cuerpo empieza a notar el desgaste. Un track terriblemente psicológico por una carretera infinita, nos lleva durante kilómetros y kilómetros en línea recta en dirección a un valle. La temperatura en este tercer día es de 48 grados, pero hoy no corre ni una sola gota de aire. Empiezo a tiritar de frío y me doy cuenta de que me estoy descompensando. Miro al cielo y pido por favor un poco de brisa… Justo cuando estoy a punto de querer romper a llorar veo la siguiente bandera del balizaje ondeando… Aire... Aire al fin…
Llego a meta destruida pensando en los kilómetros del día siguiente y en lo descompensada que me encuentro. Saco los pies de mis zapatillas, que han sudado muchísimo con el calor de hoy. Saco mis calcetines (esta vez los PINA). Ni una ampolla. Estoy sorprendida y agradecida porque a estos pies aún le quedan demasiados kilómetros… A mi alrededor veo justo lo contrario, después de 3 días en la arena, son muchas las personas en el medical tent pidiendo ayuda para poder recuperar sus pies para el día siguiente.
Etapa 4: Correr en un Horno
Salimos sabiendo que va a ser un día histórico por lo brutal de la temperatura que Sam nos ha dicho que íbamos a alcanzar: “Hoy superaremos los 50 grados en hora punta, así que hidrataos bien”. El terreno parecía derretirse literalmente bajo mis pies. A las 2 horas de empezar a correr el sol caía a plomo sobre el cuerpo. Cada gota de agua que echaba sobre mi cara se evaporaba en cuestión de segundos. Era asfixiante. Como correr con la cabeza metida dentro de un horno encendido.
Y aun así, fue también mi día más inesperado: gané la etapa.
No sé cómo explicarlo. El cuerpo me respondió como nunca. Me sentí liviana, decidida. Sin ruido mental. Solo quería avanzar. Recuerdo mirar mi sombra —pequeñísima a pesar del mediodía— y pensar: “no pares”. La meta estaba al fondo del cañón de un río seco. Llegué a meta en hora punta… el termómetro del campamento marcaba a la sombra 54 grados…
Etapa 5: la Etapa Más Larga
Más de 80 km. Temperatura media de 46ºC. Después de cuatro días corriendo, sentía que el pódium estaba en mis manos. Se levantó un día
con mucho viento. Prácticamente todo el inicio de la etapa Pamela (mi compañera de Zimbabue con la que estaba disputando el tercer puesto) y yo, corrimos con el viento en contra junto a un australiano y un kazajo que iba y venía. Entonces hice un cambio de ritmo y me fui con el australiano mirando al suelo. Vi que se paraba y miraba a su alrededor… Nos habíamos perdido. Y me dio mucha rabia haber dejado de estar atenta al balizaje. Estuve más de 40 minutos perdida a más de 45 grados, sin sombra, sin huellas visibles, con un viento con el que costaba mucho ver a lo lejos. Pensé en apretar el botón del GPS de emergencia, pero algo me dijo: respira.
Y entonces encontré algo que se movía a lo lejos en la distancia. Decidí tratar de seguirlo, y el australiano también. Tras perder todo ese valioso tiempo, regresé al circuito justo a tiempo para ver a la alemana con el pie destrozado por una caída en un desfiladero de rocas ocultas entre la arena. Le abracé y entonces alcancé a Pamela. Estaba de nuevo en carrera. Corrí con todo lo que me quedaba. Me quedé sin geles, así que no tenía qué comer. Se hizo de noche, y perdí a Pamela… Llegué a meta apenas 8 minutos detrás de ella. Me desplomé. Lloré. Reí. Pero ahí estaban las manos de Pamela, para abrazarme.
Etapa 6: la Última Etapa
A penas 10km en los que corrí junto a Pamela como si ambas fuésemos animales que después de toda una vida enjaulados encuentran al fin la libertad. Corrimos ágiles y llegamos a meta… Logré ser:
• Tercera mujer tras la australiana y la austríaca.
• En mi primer gran desierto, me metí en el top 10 general.
• Con una temperatura media 48 °C | Temperatura Pico 54 °C
Esto me llevó a tener en mi mente y en mi corazón que quizás podíamos intentar ir a hacer pódium en el Grand Slam de estos desiertos.
Lo que funcionó sobre este terreno hostil:
• Malla ARES azul: El ajuste era medio. El perfecto. Podía respirar y no me entraba arena. La cintura no me hizo herida pese al golpeo constante de la mochila. Por contra partida al tejido le costaba más secar que al short. No obstante en el desierto es positivo llevar la ropa mojada, así que funcionaron.
• Top JUNO: tejido ligero que no retuvo sales; detalle clave para evitar rozaduras en la clavícula. Sin embargo la mochila golpéo tanto mi espalda que se me hizo una rozadura debajo del top. Cambié de top y volvió a pasar. En el tercer desierto cambié la mochila y entendí que había sido un mal ajuste de ésta.
• Calcetines SYNERA y PINA: los Synera amortiguaron los dos primeros días; los Pina, más finos, fueron perfectos cuando el pie empezó a hincharse por el calor y las sales. Las polainas y el tejido de estos calcetines fueron claves para no tener ampollas en este primer desierto.
• Short PEGASUS: Los pantalones que más rápido secaron. Lo mejor la cintura suave y el braguero, que me permitían orinar aun estando de pie y sin quitarme la mochila. Por el contrario partida, no pude usarlos los días de viento porque permitían a la arena entrar mejor que a la malla, por no ir ceñidos al cuerpo.
No hay magia. En el desierto cada detalle suma o resta y cada decisión importa.
Reflexión final
No hay entrenamiento que te prepare del todo para un desierto. Solo puedes formarte lo más posible, y confiar. Confiar en tu cuerpo, en tu instinto, en tu equipo. Y también en lo que llevas puesto. Parece superficial, pero no lo es. En estas condiciones, todo lo que no suma, resta. Todo lo que te roza, duele. Todo lo que te pesa, agota. Por eso valoro tanto haber ido con la ropa técnica adecuada. WONG no solo me acompañó, sino que me protegió. Me dio confort en lo incómodo. Me dio seguridad en lo hostil. Me permitió olvidarme de las costuras y concentrarme en lo que de verdad importaba: seguir adelante.
Ahora tocaba preparar el siguiente desierto: el Gobi en Mongolia. Pero eso… te lo cuento en la próxima entrada.
Gracias por haberme acompañado hasta aquí ;)
Fotografías de Adri Sunner